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viernes, 24 de julio de 2009

Violadores

Las pasadas vacaciones cientos de españoles han viajado a Birmania, ahora Myanmar, para disfrutar del paraíso desconocido. Pero más que un paraíso, aquello es un infierno: los militares obligan a las jóvenes de regiones rebeldes a desfilar en pases de modelos. Escogen a las que les gustan para violarlas. Las denuncias de las ONG no sirven para nada, y el turismo continúa.
El comandante Myo Win ordenó a 15 pueblos del distrito de Ye la entrega de dos jóvenes por aldea. Debían ser solteras, medir más de 160 centímetros y tener entre 17 y 25 años. Un destacamento de soldados se encargó de recoger a las candidatas hasta completar la participación en lo que los generales describieron como el «pase de modelos» del Día de la Independencia. Las elegidas, todas ellas campesinas del Estado birmano de Mon, fueron conducidas al cuartel y obligadas a desfilar para los militares durante tres días en los que fueron desvestidas, vejadas y violadas.El día que regresaron a sus casas, cabizbajas y en silencio, nadie preguntó qué había ocurrido durante su encierro. Todos sabían.
Las minorías étnicas de Myanmar, la antigua Birmania, han huido durante décadas del hambre, la guerra y las torturas provocadas por uno de los regímenes militares más brutales del mundo. Pero muchas de las refugiadas que estos días cruzan la frontera y llegan a la vecina Tailandia no lo hacen para esquivar las balas ni buscar comida para sus hijos, sino huyendo del conocido como el «batallón de los violadores».
Los testimonios recogidos por las organizaciones de birmanos exiliados en Tailandia describen las violaciones en los desfiles militares, casos de mujeres embarazadas de siete meses sometidas a jornadas de abusos por grupos de hasta medio centenar de soldados o ejecuciones sumarias de víctimas que se resisten o ya no interesan a los militares. Las entrevistas se han ido archivando en los últimos cuatro años con el nombre de pila o las iniciales de la mujer, adolescente o niña agredida, su fotografia con el rostro oculto y el número de expediente.
Nan cuenta que fue violada en cada una de las cinco aldeas en las que buscó refugio durante una ofensiva militar; A.L, una joven de 20 años de la etnia mon, describe cómo fue obligada a acompañar a toda una brigada durante una operación militar en la que fue violada cada noche por decenas de hombres; y Baiyoke relata el día que fue violada mientras escuchaba los gritos de sus dos hijas en el piso de arriba, ambas violadas también por 50 soldados. Al terminar, los militares desenfundaron sus armas y las acribillaron a balazos. «No puedo olvidar la imagen de sus cuerpos envueltos en bolsas de plástico», dice Baiyoke de sus hijas en el relato recogido por una ONG cristiana que opera clandestinamente en el interior del país.
El número de agresiones y la forma sistemática en la que se llevan a cabo han llevado a las organizaciones birmanas en el exilio a denunciar que la Junta Militar ha desarrollado una política de «licencia para violar» para aterrorizar a los opositores.Los desfiles organizados en los cuarteles son aprovechados para que los militares puedan escoger a sus víctimas dentro de un sistema de gratificación y entretenimiento que recuerda al creado por los japoneses durante la ocupación de Asia en la primera mitad del siglo XX.
Las primeras denuncias sobre las violaciones masivas en Birmania se conocieron en 2002 después de que Charm Tong, una exiliada de 23 años, logrará documentar más de 600 casos a través de entrevistas personales. La investigación de Tong, que gracias a su trabajo fue elegida Mujer del Año en 2004 por la revista Marie Claire y ha sido nominada al Premio Nóbel de la Paz, originó una investigación de Naciones Unidas y provocó las protestas de gobiernos de medio mundo. Tres años después, la situación se ha agravado y los militares siguen actuando con total impunidad. «La violación se ha convertido en un arma de guerra más. Las mujeres no son vistas como mujeres sino como instrumentos para aterrorizar, desmoralizar y controlar a las comunidades», asegura Tong.
Uno de los motivos que hace difícil frenar la campaña de violaciones es que Birmania se ha convertido en el Estado paria del sureste asiático, aislado políticamente del mundo y dirigido con mano de hierro por un grupo de generales radicales. Burma, que en los años 50 tenía la población más educada y con mayores recursos naturales de la región, ha sido saqueada y arruinada hasta convertirla en la nación con la menor renta per cápita del mundo: 100 dólares al año por habitante, la misma cantidad que Sierra Leona.
La inmensa pobreza de este país, donde los taxistas son ingenieros de caminos y las sirvientas tienen títulos universitarios, contrasta con las mansiones y la vida desenfrenada de los generales, que copan los negocios y se han reservado en exclusiva el derecho de mantener contacto con el exterior a través de Internet o teléfonos móviles.
Ni la presión internacional ni las sanciones económicas han logrado hasta ahora debilitar al régimen birmano, que sigue contando con algunos pocos aliados, entre ellos China. El enviado especial para la ONU en Birmania, Razali Ismail, dimitió de su cargo la semana pasada después de que Rangún impidiera su entrada al país durante los dos últimos años y ante la negativa a liberar a la premio Nobel de la Paz y líder de la oposición Aun San Suu Kyi, tras una década bajo arresto domiciliario.
Los militares han estrechado la represión -los ciudadanos pueden ir a la cárcel por tener un fax o alojar a un extranjero- a la vez que han abierto partes del país al turismo. Los carteles de la capital, Rangún, recuerdan en la lengua local el poder absoluto del Consejo Estatal para la Paz y el Desarrollo, la institución orwelliana con la que los generales controlan a la población: «No te servirá de nada decir que no conoces la Ley.La ley será implacable».

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entrada de tribulete @ 19:02

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