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Una juez gallega busca el cadáver desaparecido de un empresario sobre el que había ordenado una prueba de ADN para dirimir una herencia. Un supuesto hijo del fallecido, no reconocido en vida por éste, acusa a las hijas del finado de esconderlo para no repartir una cuantiosa fortuna.
«El que, faltando al respeto debido a la memoria de los muertos, violare los sepulcros o sepulturas, profanare un cadáver o sus cenizas o, con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare las urnas funerarias, panteones o lápidas o nichos será castigado con la pena de prisión de tres a cinco meses o multa de seis a diez meses». Son hasta cinco meses, más entre uno y cuatro años por obstrucción a la Justicia, los que se juega, de acuerdo con el Código Penal, el autor de un crimen que ha commovido en San Adrián de Toba (Cee), en la Costa da Morte gallega.
Allí, nadie habla de otra cosa desde que el pasado 20 de noviembre desaparecía de su nicho el cuerpo del empresario Crisanto López, un maderero muerto hace dos años cuya herencia se disputan las tres hijas legítimas del mismo y un taxista de 52 años de la localidad de Muxía, Manuel Enrique Caamaño Vidal, del que los vecinos dicen ser viva imagen del maderero.
El cuerpo de Crisanto, en su ataúd, desapareció antes de que se le practicase un análisis de ADN solicitado por un vecino de Muxía. Los operarios, el abogado y el forense no daban crédito cuando accedieron a media mañana al camposanto. Todas la miradas, y las malas lenguas, se dirigieron entonces a las tres herederas del fallecido. El caso está en manos de la Guardia Civil y del juzgado de primera instancia de Corcubión.
Desde un primer momento, el que no tuvo ningún reparo en defender públicamente la conexión entre el robo y la herencia fue el abogado de Caamaño, que consiguió, tras una buena temporada de litigios, que la jueza que lleva el caso de su cliente aceptase exhumar el cuerpo para realizar la prueba de ADN. La presencia de silicona fresca en la lápida del nicho, con el objeto de volver a sellarlo tras la profranación, es una prueba evidente de que alguién habría robado el féretro poco antes para evitar que fuese examinado.
También el propio intreresado, días después del suceso, señaló a la familia del fallecido en declaraciones al diario «La Voz de Galicia». «Quien lo llevó tuvo que ser alguna persona que no quería que se le hiciesen las pruebas de ADN», aseguraba hace una semana. Existe otra forma de solucionar el litigio, a través del análisis de sangre de las hijas de Crisanto, pero éstas se han negado en todo momento a someterse a la prueba. Ésa fue, precisamente, la razón que había llevado a la togada a proceder a la exhumación. Si el misterio no se soluciona, el abogado de Caamaño intentará solicitar nuevamente las pruebas de sangre. Y mientras ello ocurre, ya ha solicitado que se paralice el proceso civil (la prueba de paternidad), mientras se cierra el subsiguiente, de índole penal, a raíz de la desaparición.
El párroco de la aldea, don Manuel, confirmó que Crisanto había sido enterrado en esa misma plaza, en el camposanto, un tanto aejado de las viviendas. La familia confirmó que fue allí donde siempre fueron a visitarlo.
La mala relación entre Caamaño y las hijas del fallecido, que dejó una cuantiosa herencia, surgió cuando el finado, aún en vida, ofreció una propiedad a su supuesto hijo no reconocido. La hija mayor del empresario, entonces, mayor se negó a ello.

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entrada de tribulete @ 10:58