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domingo, 12 de julio de 2009

Inseguridad en Mercamadrid

Es el gran supermercado del centro de España y hasta allí se acercan cada día miles de comerciantes para abastecer sus tiendas. Sin embargo, Mercamadrid también se ha convertido, con la crisis económica, en el lugar perfecto para que algunos se dediquen a robar, a veces con atracos, parte de los alimentos que allí se almacenan. Los transportistas lo tienen claro: los hurtos se han duplicado en los últimos doce meses, según las estimaciones de las asociaciones de mayoristas que trabajan en el polígono.
Algunos ladrones lo hacen para después vender lo que sustraen en los puestos de la calle o en sus propias tiendas. Aunque el pillaje se ha convertido en algo más común de lo habitual y muchos ciudadanos acuden, simplemente, para poder conseguir comida.
Cada día pasan por las barreras de Mercamadrid hasta 23.000 vehículos y entre 45.000 y 50.000 personas. Solamente 1,35 euros (precio de la entrada) separan el ruido de la M-40 de este gran hipermercado. «El acceso es libre y ése es uno de los grandes problemas», señala Francisco Gómez, propietario de una tienda de hortalizas. Sin embargo, desde Mercamadrid no han aportado datos respecto a los hurtos, porque no están cuantificados.
Adentrarse en este mercado de abastos es hacerlo en un recinto caótico, repleto de camiones, furgonetas y coches hasta la bandera de alimentos y multitud de personas. Los muelles de carga situados en las partes traseras de las de naves se han convertido en un lugar preciado para los ladrones. «No puedes dejar de mirar ni un momento», afirma Gonzalo. «La crisis ha provocado que muchos vengan, roban y luego vendan lo que han sustraído», explica este comerciante.
La peor parte de este espectacular incremento de los robos se concentra en el sector de frutas y hortalizas. «Son productos que se venden fácilmente en los mercadillos y no tienen que pasar tantos controles como la carne o el pescado», explica Alejandro González Herrero, gerente de la Asociación de Detallistas de Frutas y Hortalizas de Mercamadrid. Él, como muchos de sus compañeros, se queja de «la gran inseguridad» que existe en Mercamadrid.
Lo peor de todo es que, cada vez con más frecuencia, se producen atracos. «El otro día destrozaron la cara a un trabajador para llevarse el dinero de la caja», afirman unos comerciantes. El problema, según Alejandro González, «es que la mayoría son hurtos menores que no merece la pena denunciarlos».
Pero la crisis no sólo ha hecho aumentar los robos en Mercamadrid. También ha provocado que la nave con la que cuenta el Banco de Alimentos en Mercamadrid haya visto crecer las peticiones de comida por parte de ONG y parroquias «en más de un 45% en el último año». Así lo cuantifica Santos Márquez, responsable de esta organización en el polígono. Hasta este pequeño recinto llegan cada día numerosos enseres donados por las compañías del polígono.
«El problema es que cada vez vienen más particulares a que les demos comida y nosotros repartimos a las iglesias u organizaciones para que ellos, en cada barrio, las distribuyan», aclara Santos, quien se ha visto desbordado, en ocasiones, por la demanda de muchas familias.
Hasta las nueve menos cinco de la mañana, numerosas organizaciones llegan al Banco de Alimentos, se apuntan a la lista y esperan su turno. Uno de los voluntarios -«necesitamos más jóvenes que nos ayuden a esta labor», demanda Santos Márquez- vocea el primer nombre de la lista y le da un saco de patatas. Después, al resto de organizaciones. Más tarde, tomates, lechugas, refrescos.
La desesperación de los ciudadanos es tan grande que los responsables del Banco de Alimentos han tenido que llamar a la Policía para calmarles. «Me dijeron en mi barrio que aquí daban comida, y por eso he venido», afirma Elena. Con un carro de supermercado, ella y su familia esperan algún alimento, pero cuando se disponen a reclamarlo, les explican que no puede ser.
Por ello, Elena y otras muchas familias optan por ir visitando las naves de Mercamadrid en busca de algún alimento. «No vamos a robar», aclaran. «Lo que hacemos es hablar con los trabajadores y comerciantes para que nos den algo de lo que les sobra», afirma Pedro, un jubilado con una pensión de 387 euros.
El autobús 130, ése mismo que muchos toxicómanos utilizan para acceder al poblado de Las Barranquillas, lo toman decenas de viajeros para acceder a su particular «supermercado». «Antes era una línea de drogadictos», asegura Ángel, un conductor de la EMT, «pero ahora vienen mayores e inmigrantes al polígono», explica. Es la línea de una desesperada situación que espera encontrar algún alivio en la generosidad.

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entrada de tribulete @ 16:25

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